En una acera de intrepidez,
un vagabundo pide por su desnudez,
si por lo menos las luciérnagas alumbraran su falta de fe,
la comida le llegara cada vez que el rayito alumbrara,
y su mismísimo rostro se iluminara.
La luz no culpa a la oscuridad,
por no tener la molécula de la divinidad.
En una cera, el borrachito se paseaba,
para no decir que se tambaleaba,
en una esquina la moza se paraba,
para no decir que trabajaba,
la luces tintineaban,
porque las sombras se colaban,
la neblina ondulada,
se metía en las zanjas y por las brechas de las puertas se mareaba,
del respirar profundo humo salía,
y eso que no fumaban.
La ciudad se acelera, las ruedas de un carro rechinan,
el choque despertaba a la juma y el borrachito volaba,
la velocidad aumentaba porque la gravedad no la paraba,
dos cabezas impactan, la moza besaba al borrachito o
el borrachito besaba a la moza, se quiebran, se destrozan,
duró poco los que no se amaban,
un grito ensordecedor se escuchaba, de la que no fumaba.
En un momento de locura y sin previo aviso tres personas se conocen, viven y se alejan.
Dos se olvidan y en una permanecerá el recuerdo hasta una nueva ventura.
Autor: Andrés Díaz
un vagabundo pide por su desnudez,
si por lo menos las luciérnagas alumbraran su falta de fe,
la comida le llegara cada vez que el rayito alumbrara,
y su mismísimo rostro se iluminara.
La luz no culpa a la oscuridad,
por no tener la molécula de la divinidad.
En una cera, el borrachito se paseaba,
para no decir que se tambaleaba,
en una esquina la moza se paraba,
para no decir que trabajaba,
la luces tintineaban,
porque las sombras se colaban,
la neblina ondulada,
se metía en las zanjas y por las brechas de las puertas se mareaba,
del respirar profundo humo salía,
y eso que no fumaban.
La ciudad se acelera, las ruedas de un carro rechinan,
el choque despertaba a la juma y el borrachito volaba,
la velocidad aumentaba porque la gravedad no la paraba,
dos cabezas impactan, la moza besaba al borrachito o
el borrachito besaba a la moza, se quiebran, se destrozan,
duró poco los que no se amaban,
un grito ensordecedor se escuchaba, de la que no fumaba.
En un momento de locura y sin previo aviso tres personas se conocen, viven y se alejan.
Dos se olvidan y en una permanecerá el recuerdo hasta una nueva ventura.
Autor: Andrés Díaz
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